Dominique navega en alta mar desde el 10 de noviembre, es decir, desde hace 54 días. ¿Puede usted recordar todo lo que ha hecho desde mediados de noviembre? Se trata de un periodo largo y para aquellos que se encuentran en tierra firme, han sido semanas de frenesí de compras de Navidad, comidas de fin de año, fiestas familiares, vacaciones, esquí y mil y una actividades.
¿Y para Dominique? Este periodo ha sido una sucesión interminable de maniobras, reparaciones y tareas manuales diversas, franjas de sueño de 45 minutos, comida liofilizada digerida a toda prisa, salpicaduras y noches en vela.
Los competidores de la Vendée Globe navegan desde hace más de un mes en el Gran Sur, con mar gruesa, a merced de los golpes de viento, dispuestos permanentemente a saltar a cubierta para llevar a cabo una maniobra de urgencia, por lo que necesariamente el material y el cuerpo se fatigan, aparece el desgaste y las fuerzas amainan.
Dominique, que había conseguido preservar su material y lo esencial de sus fuerzas hasta esta semana, ha sido víctima de una avería en el gennaker, que le ha costado una gran cantidad de energía.
“Es cierto que he gastado mucha fuerza en este asunto y que aún no me encuentro totalmente recuperado. Las condiciones son agotadoras en este momento, la mar es dura, soplan más de 30 nudos de viento y probablemente sufriremos un cambio de viento fuerte una vez atravesemos la Puerta del Pacífico Este. Es casi imposible conciliar el sueño bajo estas condiciones.
He trasluchado en dos ocasiones en las últimas horas con el objetivo de posicionarme correctamente antes de cruzar la puerta. Se trata de una maniobra siempre muy compleja, bajo gennaker y con este viento, pero todo ha ido bien.
A bordo del velero el desorden es total. El pañol de proa está obstruido por el gennaker y yo no puedo ocuparme de ello en estas condiciones. Toda mi energía se encuentra focalizada en la conducción del velero”, explica Dominique.